¿Qué somos?

¿Qué somos?

Animales.

Los seres humanos no somos ángeles caídos del cielo, ni gritos en la noche, ni pura indeterminación; tampoco somos máquinas ni computadoras. Lo que somos es animales. Parimos y nacemos y comemos y respiramos y morimos como animales. Y la mayoría de nuestros genes los dedicamos a codificar nuestras funciones animales. Si quieres saber cómo es un animal, mírate al espejo. Cualquier concepción del ser humano que pretenda alejarnos de nuestra realidad natural es un fatuo ejercicio de ignorancia, autoengaño y superstición. Si queremos conocernos a fondo y saber lo que realmente somos, si valoramos la autoconciencia y la verdad, hemos de empezar por aceptarnos como seres vivos y como animales.
Jesús Mosterín, El reino de los animales (2013)

Pero a nuestro ego humano, el aceptarnos como animales le suena muchas veces a bajeza, así que para suavizar el golpe, lo juntamos al «racionales»… pero el conflicto ya está servido.

El hombre se encuentra en la molesta y embarazosa situación de ser un animal que es también un ser espiritual consciente de sí mismo. El hombre tiene conciencia de que el aspecto espiritual de su naturaleza le confiere una dignidad que los otros animales no poseen, y siente que debería mantener su dignidad. Por eso los seres humanos se avergüenzan de los órganos, funciones y apetitos que son comunes a ellos y a los animales no humanos y que atentan contra la dignidad humana, pues nos recuerdan nuestra afinidad fisiológica con las bestias. A los animales no humanos no les embaraza el funcionamiento de su naturaleza física, porque no tienen conciencia de sí mismos. La turbación causada por el temor de perder la dignidad y la humillación de realmente perderla son miserias específicamente humanas.

El artificio humano para mantener la dignidad a pesar de los aspectos animales de la naturaleza del hombre consiste en distinguirnos de los animales no humanos mediante la invención de ciertas convenciones (que los animales no pueden emular) para tratar esas funciones y órganos animales que forman parte de nuestra constitución y de nuestra ineludible herencia biológica. Una prueba de cultura o civilización es el grado en que logramos diferenciar mediante convenciones artificiales el modo de encarar esos órganos y funciones físicos que son comunes a todos los animales.
Arnold J. Toynbee y Daisaku Ikeda, Escoge la vida (1984)